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Rutina {Libre}
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Rutina {Libre}
Llovía. Eso es lo que sus orbes pigmento garzo le habían permitido contemplar una vez se hubieron acostumbrado a la claridad del día. El firmamento lucía absolutamente encapotado a pesar de que se entreveía la tenue claridad que el astro rey llegaba a filtrar a través de las nubes. ¿Se debía de sentir de alguna manera? Bueno, si era así pronto lo sabría.
Ladeó la cabeza; las siete de la mañana. Era una sensación como de estar flotando en una nube irreal y darse cuenta de que le dolía la cabeza demasiado para disfrutar de la situación. Menos mal que los ibuprofenos no se movían de su mesilla de noche. Extendió el brazo e intentó palpar la caja con varios y pequeños golpeteos con las yemas en la rígida madera. No tardó en dar con ella y al girarse y sacar la caja de pastillas se dio cuenta de que tan sólo quedaba media. Bueno, mejor poco que nada, era bueno contentarse con poca cosa. Se destapó y se levantó sin demasiada prisa, palpando el frío suelo de madera con la planta de sus pies. El desastre de su habitación era notorio, no debía de haber ni una prenda en su sitio; ¿Le importaba? No. Sonaba tan rotundo como su jaqueca matutina.
Se levantó pastilla en mano y se acercó a la puerta del baño sin demasiado ímpetu. Abrió el grifo, se recogió el cabello con una mano y se agachó para poder rozar con sus labios el agua, que sabía más a cloro que el propio elemento químico, pero para tomar una pastilla bastaba más que de sobra. Y eso que podía tomarla sin tragar ni una gota de agua; desde que había comenzado con los antidepresivos hacía tres años y los había dejado hacía unos seis meses. Pero era mejor o al menos no le sentaba tan mal al estómago.
Sintió la cápsula bajar por su esófago hasta el punto de ni tan siquiera notarla. Oh, mierda, se había olvidado de llamar a su hermana, aunque total le daría igual. Se incorporó de nuevo y se miró al espejo por el mero hecho de estar en frente. Ni ojeras, ni rostro de cansancio, puesto que no eran muy propios de ella, mas sí ese semblante de póker que no se solía saber descifrar, ni su misma persona a veces. Agudo dolor en la parte frontal de la cabeza, como agujas; esa tarde cuando fuese a trabajar, debería de recordarle a la encargada que no se estudiaba precisamente con los pies y que con el dolor incrustado en el cerebro difícilmente iba a poder aprobar.
Salió del aseo y cogió la ropa de ayer, que debía ser la única que estaba medianamente doblada. Camiseta color crema, pantalones largos marrón oscuro y chaqueta de punto de color azul real. Mocasines de color negro y el cabello por peinar, tampoco es que fuera a ir a una cena de gala. Cogió el peine, se cepilló con cuidado y sin prisa ya que no iba a ir a ninguna parte en concreto. Siete y cuarto.
Se echó la colonia de todos los días y salió de la habitación. Caminó por los pasillos de la residencia, bajando de vez en cuando escaleras y sin pararse a saludar a nadie. Seguía lloviendo, incluso con más intensidad que antes.
Planta baja y el dolor de cabeza no remitía ni un poco, seguramente la dosis había sido insuficiente y ella lo sabía. Otra persona hubiera dicho que era por no desperdiciar el medicamento, mas ella no lo ocultaba; era también por soportar el impulso de volver a los antidepresivos. Mas bien sabía que estaba harta de depender de una capsulita de laboratorio, no más.
Abrió la puerta y pronto las gotas de lluvia comenzaron a calar su ropa, humedecer su cabello y enfriar su tez, a juego con el color frío e inerte de sus ojos. No le dio importancia o al menos la que no se merecía, total, la ropa era para lavar después de dicha jornada y desde muy niña la lluvia no había sido algo que la hiciese sentir diferente o incómoda. Por ello le agradaba precisamente, porque no la hacía sentirse de ninguna manera, al menos descifrable.
Caminaba sin un destino fijo al que llegar, observando su entorno y dándole vueltas a lo de anoche, con lo que se había dormido. El síndrome de Capgras, sin duda alguna, era una enfermedad fascinante. Guardaba cierto hermanamiento con la esquizofrenia y quizás la demencia senil, pero tenía un toque distinto y diferente, algo más concebible como paranoico. Era un buen objeto de estudio.
Pronto llegó al parque, nadie había allí. Seguramente por un cúmulo de razones bastante evidentes, como el hecho de ser las siete y media de la mañana, hacer frío y estar lloviendo. Los estudiantes no solían estudiar a aquellas horas, con aquel tiempo y encima en casi fin de semana, la mayoría al menos.
¿Era consciente de que aquello podía ser catalogado de extraño, estrambótico, poco normal? La verdad es que no, pero si alguien guardaba esa opinión podía decírselo, ya que no conocía a mucha gente que tales días por la mañana saliera a pasear por el campus de una universidad. Se quedó parada en medio de la hierba y alzó la cabeza para contemplar como las gotas de lluvia impactaban en su rostro y resbalaban por su cuello y cabello. Voltaire, Voltaire…que pensarías tú al respecto.
Iba a llegar tarde al trabajo como siguiese distrayéndose. Había salido pronto de la residencia, la verdad, porque temía haberse quedado dormida estudiando, puesto que después de Enfermería había decidido iniciar Farmacia, compaginándolo todo. Así que disfrutó un poco más del lúgubre día y después comenzó a correr hacia la parada del autobús, la que la llevaría al hospital. Pagó lo que debía y se asió a una de las barras para no salir despedida cuando se pusiera en marcha, cosa que era bastante común en el transporte público y se acomodó, el viaje no era muy largo.
A los diez minutos ya estaba frente al hospital, así que se bajó corriendo y siguió su presurosa marcha hasta la puerta, en donde facilitó la entrada a una mujer con muletas, obviamente. Al pasar, se dirigió a la zona de vestuarios y buscó en los bolsillos de su pantalón la llave, sabiendo que la había dejado allí el día anterior. Tardó un poco en encontrarla, pero no pasaba nada. Abrió la taquilla, sacó el uniforme y los zuecos y se los puso, metiendo su calzado y la ropa allí pues y cerrando luego; tenía que fichar para asegurar que había entrado a la hora. Tomó la hoja y la firmó con el boli que siempre había allí, para luego salir por la puerta de servicio y suspirar, su día comenzaba.
Cogió el ascensor, saludando a algunos compañeros por el camino y esperó a que se detuviese en la planta de pediatría, donde trabajaba. Se acercó a control, donde estaban todos los historiales y el teléfono, para que los pacientes pudiesen llamar y también quirófanos, rehabilitación y los médicos. Aún estaban las de turno de noche terminándolo todo, así que las saludó escuetamente y tomó unos cuantos historiales que sabía que debía ordenar antes del desayuno, ya se había encargado una de las compañeras de llamarla por la noche para decírselo. Después comenzaría la ronda de análisis, que le tocaban a ella y después las curas de quienes tenían alguna quemadura. Le daban pena todos aquellos niños ingresados...pero era el lugar donde mejor podían estar.
La jornada comenzaba, otro día más. Una vez colocados los uniformes esperó a que sus otras compañeras llegasen, para organizarse un poco todas y hacer el día más ameno. Esperaba que no le tocase hablar con los familiares, no se le daba bien.
Ladeó la cabeza; las siete de la mañana. Era una sensación como de estar flotando en una nube irreal y darse cuenta de que le dolía la cabeza demasiado para disfrutar de la situación. Menos mal que los ibuprofenos no se movían de su mesilla de noche. Extendió el brazo e intentó palpar la caja con varios y pequeños golpeteos con las yemas en la rígida madera. No tardó en dar con ella y al girarse y sacar la caja de pastillas se dio cuenta de que tan sólo quedaba media. Bueno, mejor poco que nada, era bueno contentarse con poca cosa. Se destapó y se levantó sin demasiada prisa, palpando el frío suelo de madera con la planta de sus pies. El desastre de su habitación era notorio, no debía de haber ni una prenda en su sitio; ¿Le importaba? No. Sonaba tan rotundo como su jaqueca matutina.
Se levantó pastilla en mano y se acercó a la puerta del baño sin demasiado ímpetu. Abrió el grifo, se recogió el cabello con una mano y se agachó para poder rozar con sus labios el agua, que sabía más a cloro que el propio elemento químico, pero para tomar una pastilla bastaba más que de sobra. Y eso que podía tomarla sin tragar ni una gota de agua; desde que había comenzado con los antidepresivos hacía tres años y los había dejado hacía unos seis meses. Pero era mejor o al menos no le sentaba tan mal al estómago.
Sintió la cápsula bajar por su esófago hasta el punto de ni tan siquiera notarla. Oh, mierda, se había olvidado de llamar a su hermana, aunque total le daría igual. Se incorporó de nuevo y se miró al espejo por el mero hecho de estar en frente. Ni ojeras, ni rostro de cansancio, puesto que no eran muy propios de ella, mas sí ese semblante de póker que no se solía saber descifrar, ni su misma persona a veces. Agudo dolor en la parte frontal de la cabeza, como agujas; esa tarde cuando fuese a trabajar, debería de recordarle a la encargada que no se estudiaba precisamente con los pies y que con el dolor incrustado en el cerebro difícilmente iba a poder aprobar.
Salió del aseo y cogió la ropa de ayer, que debía ser la única que estaba medianamente doblada. Camiseta color crema, pantalones largos marrón oscuro y chaqueta de punto de color azul real. Mocasines de color negro y el cabello por peinar, tampoco es que fuera a ir a una cena de gala. Cogió el peine, se cepilló con cuidado y sin prisa ya que no iba a ir a ninguna parte en concreto. Siete y cuarto.
Se echó la colonia de todos los días y salió de la habitación. Caminó por los pasillos de la residencia, bajando de vez en cuando escaleras y sin pararse a saludar a nadie. Seguía lloviendo, incluso con más intensidad que antes.
Planta baja y el dolor de cabeza no remitía ni un poco, seguramente la dosis había sido insuficiente y ella lo sabía. Otra persona hubiera dicho que era por no desperdiciar el medicamento, mas ella no lo ocultaba; era también por soportar el impulso de volver a los antidepresivos. Mas bien sabía que estaba harta de depender de una capsulita de laboratorio, no más.
Abrió la puerta y pronto las gotas de lluvia comenzaron a calar su ropa, humedecer su cabello y enfriar su tez, a juego con el color frío e inerte de sus ojos. No le dio importancia o al menos la que no se merecía, total, la ropa era para lavar después de dicha jornada y desde muy niña la lluvia no había sido algo que la hiciese sentir diferente o incómoda. Por ello le agradaba precisamente, porque no la hacía sentirse de ninguna manera, al menos descifrable.
Caminaba sin un destino fijo al que llegar, observando su entorno y dándole vueltas a lo de anoche, con lo que se había dormido. El síndrome de Capgras, sin duda alguna, era una enfermedad fascinante. Guardaba cierto hermanamiento con la esquizofrenia y quizás la demencia senil, pero tenía un toque distinto y diferente, algo más concebible como paranoico. Era un buen objeto de estudio.
Pronto llegó al parque, nadie había allí. Seguramente por un cúmulo de razones bastante evidentes, como el hecho de ser las siete y media de la mañana, hacer frío y estar lloviendo. Los estudiantes no solían estudiar a aquellas horas, con aquel tiempo y encima en casi fin de semana, la mayoría al menos.
¿Era consciente de que aquello podía ser catalogado de extraño, estrambótico, poco normal? La verdad es que no, pero si alguien guardaba esa opinión podía decírselo, ya que no conocía a mucha gente que tales días por la mañana saliera a pasear por el campus de una universidad. Se quedó parada en medio de la hierba y alzó la cabeza para contemplar como las gotas de lluvia impactaban en su rostro y resbalaban por su cuello y cabello. Voltaire, Voltaire…que pensarías tú al respecto.
Iba a llegar tarde al trabajo como siguiese distrayéndose. Había salido pronto de la residencia, la verdad, porque temía haberse quedado dormida estudiando, puesto que después de Enfermería había decidido iniciar Farmacia, compaginándolo todo. Así que disfrutó un poco más del lúgubre día y después comenzó a correr hacia la parada del autobús, la que la llevaría al hospital. Pagó lo que debía y se asió a una de las barras para no salir despedida cuando se pusiera en marcha, cosa que era bastante común en el transporte público y se acomodó, el viaje no era muy largo.
A los diez minutos ya estaba frente al hospital, así que se bajó corriendo y siguió su presurosa marcha hasta la puerta, en donde facilitó la entrada a una mujer con muletas, obviamente. Al pasar, se dirigió a la zona de vestuarios y buscó en los bolsillos de su pantalón la llave, sabiendo que la había dejado allí el día anterior. Tardó un poco en encontrarla, pero no pasaba nada. Abrió la taquilla, sacó el uniforme y los zuecos y se los puso, metiendo su calzado y la ropa allí pues y cerrando luego; tenía que fichar para asegurar que había entrado a la hora. Tomó la hoja y la firmó con el boli que siempre había allí, para luego salir por la puerta de servicio y suspirar, su día comenzaba.
Cogió el ascensor, saludando a algunos compañeros por el camino y esperó a que se detuviese en la planta de pediatría, donde trabajaba. Se acercó a control, donde estaban todos los historiales y el teléfono, para que los pacientes pudiesen llamar y también quirófanos, rehabilitación y los médicos. Aún estaban las de turno de noche terminándolo todo, así que las saludó escuetamente y tomó unos cuantos historiales que sabía que debía ordenar antes del desayuno, ya se había encargado una de las compañeras de llamarla por la noche para decírselo. Después comenzaría la ronda de análisis, que le tocaban a ella y después las curas de quienes tenían alguna quemadura. Le daban pena todos aquellos niños ingresados...pero era el lugar donde mejor podían estar.
La jornada comenzaba, otro día más. Una vez colocados los uniformes esperó a que sus otras compañeras llegasen, para organizarse un poco todas y hacer el día más ameno. Esperaba que no le tocase hablar con los familiares, no se le daba bien.
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